Cuando leí por primera vez Cien Años de Soledad, las calles que yo veía en la historia eran las de Manatí, para mi época de adolescente, eran muy parecidas a lo que narraba Gabo, algunos de los episodios se fijaron en mi mente, como la cruz de ceniza, los gitanos, la peste del olvido, entre otros. Me tocó la peste del sarampión y me bañaban con mata ratón, mi hermano quería enfermar para que le dieran jugo Fruco, cuando enfermó no le apetecía nada.
Cuando Manatí se inundó en 2010, fue una crisis terrible la inundación en sí, nos arruinó y directamente murió un solo manatiero, pero a medida que avanzó la crisis muchos manatieros murieron de miedo y en la realidad fantástica, como en nuestro pueblo real, las alertas tempranas no se tuvieron en cuenta, pues nuestros mandatarios hablaban de un Atlántico blindado y nos fuimos a pique; este gobierno pide calma y quiere evitar una calamidad económica, evitar quiebra de empresas mediante el efecto dominó.
La gente no oye, la gente no cree, la gente mama gallo, la gente se sienta en el sardinel a reunirse con amigos a contar el Cuento del Gallo Capón, a hablar de los demás, a discutir de futbol, a preparar el futuro, a poner tareas, a comprar como locos. Las pestes matan por el virus o por el miedo.
Antes como ahora, había calles solitarias en los noviembres, un Manatí sin energía eléctrica hacía de noviembre el mes de las ánimas que comenzaba el dos, después de 8 de la noche todo mundo en casa pues los muertos manatieros salían del cementerio a pasar la noche en el Templo Católico San Luis Beltrán, pero antes recorrían las calles, especialmente las más estrechas a ver a quién cargaban, salían y pasaban por la casa de Gustavo Romero, bajaban por la Loma de Miguel Bola a la esquina de Víctor Rojano, subían la Cantarrana, bajaban por la Piñuelita hasta lo que es hoy El Pradito, ahí recogían a otros muertos pues el primer cementerio de Manatí, ahí quedaba, los regaños a las familias eran comunes, los muertos regañaban a hijos y nietos y los vivos le mandaban mensajes o recados a los muertos. Finalmente subían por la calle de José Rosalía Jiménez y de Eusebio Cabezas para entrar de frente al templo, por eso es que se acostumbra en Manatí a dar la vuelta que sea en los sepelios, para entrar al templo frente a la puerta mayor. Los miedosos como yo respirábamos de felicidad el 29 de noviembre con las primeras notas de un porro anunciando el comienzo de las novenas de la Inmaculada.
Los toque de queda más comunes eran dos o tres días antes de las elecciones, muy fantasmagóricos también porque se sentían en las calles las botas de los soldados, quien era capturado dormía en guandoca, y toque de queda seguido en la época de las luchas por las tierras baldías que hoy son la unidad agraria o parcelas que tanto bien trajo a la sociedad manatiera. El ejército usaba unas ametralladoras que les llamaban maría palito pues su forma de patas metálicas y estructura general eran similares a nuestro querido animalito de sangre verde, la María Palito o Insecto Palo.
Eran días angustiosos para mí pero no se compara con la angustia de hoy donde la desinformación está a la orden del día. La vida cambió de un día para otro.
*Boris Rubén Romero Jiménez es licenciado en Educación Matemática. Actualmente se
desempeña como profesor de la Institución Educativa San Luis Beltrán de Manatí Atlántico.